Otro día más, amanece el Sol, sus rayos rozan mi cara y me despierta, casi no puedo moverme entre mis cartones y la manta que cubre mi cuerpo, la noche fue muy fría y todo mi cuerpo se entumeció, dejándome inmóvil, agarrotado, mi estómago empieza a doler, a protestar, como cada día al despertar, mientras mis sentidos se van despertando también, y me traen de regreso a la realidad…
No llego a saber qué hora puede ser, parece que hoy he despertado más tarde de lo normal, tampoco importa, no tengo nada que hacer, a ver si con el Sol, empiezo a entrar en calor y me puedo mover, de momento sigo inmóvil, queriendo retrasar mi despertar. Pero hay mucho jaleo de la gente en la calle, parece que hoy es especial, hay más gente, más bullicio de lo normal, la gente lleva prisa, me pregunto ¿Qué pasará? Mientras mi estomago vuelve a protestar…
Por fin logro incorporarme y sentarme sobre mis cartones que me protegen del frío suelo de Madrid en invierno, vuelvo a ver la gente pasar de acá para allá, deprisa, sin mirar, alguien al pasar tropieza con mi caja, y algo sale fuera de ella, intento cogerlo, pero mi cuerpo se resiste a responder a mi voluntad, parece un montón de papeles atados con un cinta azul color del cielo. Al final con gran esfuerzo logro atrapar el amasijo de papales, lo abro y ¡Cual es mi sorpresa! ¡Son fotos amarillentas y retorcidas! Son fotos que ahora no me paro a ver, las meto en mi bolsillo del pantalón más tarde las veré, ahora prima ir a buscar algo que meter en mi estomago, algo que comer, para que deje de protestar, en eso centro mi prioridad…
Al final con mucho esfuerzo logro ponerme en pie ¡Cómo duele el cuerpo, me duele hasta el aliento! Lo primero iré a ver si hoy hay algo de suerte en el supermercado de la calle de arriba. Al fin, llego ante las puertas del mismo ¡Vaya hoy si que está lleno! ¡Hoy si hacen buena caja! Me coloco donde deje entrar y salir a la gente, para que no venga el guardia a echarme fuera de allí, por estorbar, por molestar, entonces elegido con cuidado el lugar, pongo mi pequeña caja de madera en el suelo, mientras el frío se me mete por el cuerpo, y me siento al lado a esperar, no tengo otra cosa que hacer, mientras veo como la gente entra y sale con sus carros y bolsas repletas de comida, a mi alguien poco a poco me va echando algunas monedas en mi caja, ¡Vaya sorpresa, hoy parece que la gente esta mas caritativa!¡ Alguien también dejó a mi lado algo de comer, un bocadillo y algo de beber! Agradecido doy mil gracias, por fin a media mañana algo de comer ¡Que se calle ya la tripa, y que deje de doler!, sigo allí envuelto con la manta, resguardándome del intenso frio todo lo que puedo, mi cuerpo se vuelve a entumir, y quedo inmóvil, mientras ingiero lo que esta buena gente me ha donado, algunas monedas más caen dentro de la caja de madera, otras fuera, no pasa nada ya las recogeré, más tarde…
Termino la comida sin embargo el dolor hoy no desaparece, parece que algo me está ahogando desde dentro ¡Qué raro! ¡Va, no pasa nada! No le doy más importancia será el frío de la noche pasada y que todavía no he conseguido entrar en calor…
Sigue pasando la gente y el tiempo, alguna moneda más cae junto a mí y la mañana ya pasó. Decido moverme a ver si remite el dolor, ¡mierda! Las piernas no me responden, no me puedo poner en pie, alguien amable se percata de la situación y me tiende la mano, me ayuda y por fin con su ayuda me pongo de pie, es un chico joven, alto y fuerte, bien parecido, cargado con una bolsa llena de artículos. Me pregunta que si me encuentro bien, y yo le digo que sí,
--No se preocupe usted de este viejo torpe, es el frío que junto con los años pasa factura, jejeje, me sonrío.
Entonces él, muy amable me suelta y me dice:
-- Bien señor tenga cuidado y cuídese.
Se aleja y entra en el bar de al lado, yo intento caminar pero debo esperar a que mi cuerpo responda a mis órdenes, mientras el amable joven que me ayudó a poner en pie me ofrece un café caliente y un caldo que trae en sendos vasos de plásticos.
Gracias chaval le digo, pero no debiste molestarte, ya hiciste bastante al ayudarme a levantarme.
--no es molestia señor, me dijo el joven, tómeselo y no se preocupe, a ver si entra en calor…
¡Qué amable y bien educado! Hacía ya tiempo que nadie me había llamado señor, ni tratado de usted, se me hizo raro oírle dirigirse así a mí, un viejo mendigo, sin nada que ofrecer…
Cierto, me ayudó a entrar en calor y a entonar el cuerpo, y como consecuencia a moverme, paso al lado de la fuente del parque, llenaré una botella de agua para más tarde y lavaré un poco mis manos, mi cara y mi blanca barba, de camino al hogar, a mis cartones en ese oscuro portal, ¡ya lo veo, ahí está!, y todo sigue ahí, como lo dejé, pero antes compraré algo con las monedillas, quizás algo caliente en un bar y algo para después, para cenar, un bocadillo creo que por hoy bastará, y si sobra algo quizás un cartón de vino, para tratar olvidar…
Llego a lo que considero mi hogar, limpio un poco el sitio, la noche ha caído ya, como con cuidado el bocadillo, bebo algo del vino y me tumbo y me arropo bien con las mantas, el frío volverá a atacar esta noche fuerte otra vez.
Mientras estoy allí tumbado, pasa otro indigente, otro sin hogar, se acerca y me dice:
--Oye, compañero ¿No tendrás algo de comer? Hoy no he conseguido comer nada y ya no puedo más…
Le digo, sí, algo me sobró, hoy tuve suerte y yo comí, espera un momento, busco en la caja de cartón y le ofrezco medio bocadillo y lo que me quedaba del vino, allí mismo lo devoró, compartimos algo de nuestro tiempo, charlamos de pequeñas cosas y cambiamos impresiones sobre el frío, me agradeció la comida y decidió retirarse a su sitio para dormir…
Me volví a acostar, tape todo mi cuerpo con las mantas, sólo dejé fuera parte de mi cabeza, veía a la gente pasar cada vez más aprisa, cada vez había más gente que subía y bajaba por la calle, oía más y más risas, entre abrazos y felicitaciones, y siempre de fondo las mismas canciones, que llevaba oyendo todo el día por allí por donde estuve…
¡Ahora lo entiendo, mañana es Navidad! Eso son los villancicos y la gente hoy se reúne a cenar, es Nochebuena…
Mientras intentaba recordar lo que hace mucho tiempo era o mejor dicho fue para mí, la Navidad, toqué algo en mi pantalón, en el bolsillo ¿Qué será?, metí la mano y saque las fotos amarillentas envueltas en un rulo, con su cinta azul cielo. Entre las luces de las farolas de calle me dispuse a ver esas fotos hacía mucho tiempo a conciencia olvidadas, al poco empecé a recordar caras, a recordar lugares y tener recuerdos perdidos en el tiempo. Era lo que hace tiempo fue mi familia, mi padre, mi madre, mis hermanos, en lugares de la niñez, en otro mundo, en otro tiempo. Un carnet de identidad, el mío, en el que ya no me reconocía ni en la foto. También había fotografías de mi mujer y de mis hijos, dos preciosos niños, mi familia, mi amor, mi vida…
Hacía frío, mucho frío, mi cuerpo tiritaba y se convulsionaba con intermitentes espasmos que no podía controlar, el estómago, no me había dejado de doler, y mis pulmones parecían incapaces de respirar, y mientras todo volvía a pasar por delante de mi mente tan claro, como si estuviera pasando otra vez, el coche, el accidente, la sangre corriendo por todas las partes, las ambulancias, el funeral…
Ahora lo recordaba todo yo conducía el coche cuando choqué contra ese muro, no sé como sucedió, pero sucedió, mi mujer y mi hijo mayor fallecieron, y mi hijo menor y yo sobrevivimos, pero yo no pude salvar mi vida, no pude con tanto dolor, me culpé de todo, no lo pude superar y todo lo perdí. Poco a poco fui cayendo y cayendo como en una espiral, hasta verme donde ahora estaba…
El sonido de un villancico en el piso de arriba, me devolvió a la realidad, ¡Qué raro! Ya no tengo frío, ya no tengo dolor, no siento mi cuerpo, casi no puedo respirar, aferrándome con fuerzas a mis recuerdos en forma de fotografías, con mis manos temblorosas, me disponía a afrontar mi final.
El villancico me trasladó a otro tiempo pasado. Las lágrimas se escapaban de mis ojos, me estaba viendo sentado, en la mesa de lo que antes fue mi casa, mi hogar, mi verdadero hogar, junto con mi familia, con mis padres y con mi mujer, y mis hijos cantando ese villancico, cogidos de las manos, junto al adornado árbol riendo y todos llenos de felicidad, en ese instante dejé escapar mi último aliento, en paz, conmigo y con el mundo.
A la mañana siguiente 25 de diciembre, día de Navidad, sonaba el teléfono en una casa, era temprano, casi al alba, una joven todavía en camisón, descuelga el teléfono:
--¿Hola? ¿Quién es?
--Sí, aquí la policía, ¿Vive ahí un hombre llamado Javier Sánchez?
--Sí, es mi marido, ¿Pasa algo, que sucede?
--Bien, ¿Podríamos hablar con él, un momento? ¿Podríamos hacerle unas preguntas, por favor?
--Sí, espere un momento que voy a llamarle…
--Sí, Javier al habla, dígame…
--Sí, mire, usted verá, es que esta mañana hemos hallado a un señor difunto en la calle, y en sus manos tenía unas fotos y su D.N.I. y al parecer podía ser su desaparecido padre, al que llevamos buscando desde hace años…
--Bien, ¿Están ustedes seguros? ¿Dónde debo ir? ¿Qué debo hacer?
Una hora más tarde, Javier y su esposa se encuentran en una fría estancia policial, adornada con guirnaldas navideñas colgando todavía de los cuadros de la pared y encima de alguna de las pantallas de los ordenadores…
Todo se les fue explicado con rigor policial, y al parecer no había duda, aquel señor era su padre, al que llevaban varios años buscando, justo desde el día que desapareció cuando iba al trabajo y nunca nadie supo más de él.
Pero antes de concluir con todo debería de pasar el mal trago de identificar el cuerpo de su padre en el Anatómico Forense, para cerrar de una vez, todos los trámites y poder dar santa sepultura a su padre.
Allí frente al señor, encargado de mostrarles el cuerpo, se abrió una celdilla en la pared y sacó el cuerpo de un hombre. Javier le miró y vio un hombre, anciano, castigado por la vida, con una pequeña sonrisa en su cara, sin duda había muerto en paz. Vio al hombre al que ayudó a levantarse del suelo en la puerta del supermercado y al que luego le llevó un café y un caldo para que entrase en calor. Entonces no lo pudo reconocer, pero ahora no había duda, era él, su padre…
De camino a casa después del funeral, unas lágrimas rodando por sus mejillas y la cabeza llena de pensamientos, de recuerdos vagos, de sueños inalcanzables, de abrazos robados, perdidos, de frustración…
Un lamento hacia el cielo, ¡Qué lejos te creía y que cerca te tenía! te añoraré siempre…y Feliz Navidad ¡Papá!...
José Manuel.
NOTA DEL AUTOR:
Sí, la historia es triste, pero el hecho es que mucha gente está en la calle por problemas que desconocemos, y no sabemos quiénes son y por qué, pero eso no importa, quizás sea un viejo amigo, o quizás mañana seamos nosotros o alguien muy cercano a nuestra familia, nadie tiene en esta vida nada garantizado, y todo puede cambiar en un momento, pero el hecho es que están ahí, y los ignoramos, no queremos verlos, y simplemente necesitan muy poco de nosotros para seguir viviendo, y generalmente se lo negamos, no cuesta nada darles un café o un jersey que a nosotros ya no nos vale, o eso que se te acaba de ocurrir, todo vale, para ayudar…
La mayoría de las veces sólo con mostrar un poco de respeto es suficiente.
Espero haber tocado un poco dentro de tu cabeza y quizás mañana veas a esta gente de otra forma, o no, eso depende de ti y lo respeto.Además no todos los cuentos siempre acaban bien o como deseamos...